Los días de clásico se sienten distinto. Desde el inicio de la jornada laboral, la mente está puesta en los 90 minutos que darán de qué hablar, y si algo tiene un clásico, es que siempre deja algo más: polémicas, patadas y una gran atmósfera. No importa la posición en la tabla, al contrario, cada equipo sabe que hay ganarle al otro por el historial, por la honra y por las cargadas que se puedan hacer. Sin embargo, hay un condimento más cuando el partido define cosas importantes.

Para mí, Millonarios – Atlético Nacional es el clásico colombiano. Son los dos clubes con más títulos de liga, tienen en su historial cruces picante internacionalmente y partidos locales intensos. Recientemente, definieron títulos de liga y copa, dejando uno para cada equipo y haciendo de ese duelo un momento diferente al de años atrás. 

Es lindo cómo rumbo al estadio, el transporte público se empieza llenar con camisetas y bufandas del mismo color y cómo miles de personas se reúnen para amar algo en común sin conocerse; eso solo lo logran pocas cosas y una es el fútbol. Ya cerca a la cancha el olor a pólvora y cigarrillo se apodera del ambiente, pero es de las pocas veces que no estorba ese aroma, al contrario, se llega a percibir agradable solo porque la alegría lo camufla.

Afuera de El Campín todo parece un carnaval con pirotecnia, comida y cerveza. La llegada de los equipos es un abrebocas del entorno. La entrada en calor es una mezcla de chiflidos para el visitante, que algún insulto se lleva amparado en la excusa del folclor y aplausos y ánimos para el local. 

Dentro del estadio la historia no es muy distinta, todos los que llegaron allí tienen como objetivo alentar y salir ganadores, ofenden y chiflan pensando que así se desconcentra al rival. Cada par de minutos se canta sobre la herencia de papá, sobre qué es ser hincha azul, sobre cómo las otras barras alientan menos y que hay que salir campeones esta vez, como semestre a semestre se dice, sin excepción. Afortunadamente, el marcador fue favorable, los hinchas tomaron fotos y salieron con el himno que habla del corazón azul y blanco, abrazándose y dejando lindas postales. 

Lamentablemente, mucho nos falta para que un clásico sea una experiencia de cinco estrellas. La comunión con desconocidos en busca de un mismo logro se opaca cuando se usa el deporte como catarsis violenta. Cuando en los cánticos se incita a la homofobia, racismo, xenofobia e incluso transfobia, seguido de lluvia de objetos desde la tribuna en un córner y en la grada se escucha gritar “hoy salen en tanqueta”.