Culminó en Colombia la décimo primera edición de la Copa Mundial Femenina Sub-20, que durante tres semanas le otorgó al país una mezcla de talento y juventud jugando a la pelota con las 24 mejores selecciones de todo el planeta; Bogotá, Medellín y Cali fueron las ciudades anfitrionas del torneo, y cuatro de los escenarios más prestigiosos del país, se convirtieron en la casa de estas escuadras para el desborde de talento de las más de 500 jugadoras presentes en tierras cafeteras.
Sin duda alguna, el ser el país organizador fue un reto, pues un evento de tal magnitud no se presenta todos los días, pero se respondió a la altura con el desarrollo del campeonato, demostrando que sí se puede ser líder para el desarrollo de actividades deportivas a nivel global.
Y para iniciar este balance con cifras, podemos tomar como referencia a las más de 37.000 almas presentes en el Estadio Pascual Guerrero que fueron a apoyar a la Selección Colombia ante Países Bajos, o los 32.000 corazones que palpitaron la gran final en El Campín el 23 de septiembre, números que quizás eran impensados entre un público que poco a poco se fue cautivando por el talento de las chicas en la cancha.
La familiaridad de los asistentes en las tribunas fue otro aspecto a destacar, pues el ambiente del fútbol en paz se convirtió en una constante en la que la pelota era la protagonista y en la que, sin importar la preferencia de los colores, solo brilló la alegría y la hermandad de todos haciendo la ‘ola’ o bailando en el previo.

Los vendedores de las tiendas alrededor de los escenarios y aquellos emprendedores que ofrecieron camisetas, banderas, bufandas y recuerdos del torneo, también disfrutaron de la cita mundialista. Y ni qué decir de hoteles, hostales y espacios de arrendamiento, que también aumentaron sus ocupaciones en un alto porcentaje durante los meses de agosto y septiembre.
Sin duda alguna, en las calles se hablaba el idioma de la redonda, y el sueño de todo amante de este deporte se cumplió para muchos que lo veían imposible, sumado al anhelo hecho realidad de muchas madres y abuelas que años atrás veían imposible el poder acoger un torneo de tal magnitud.
Ahora, en el aspecto netamente futbolístico, el nivel aumentó respecto a lo que fue la edición 2022 del certamen, y esperamos que sea menor al que se disputará en Polonia próximamente, pues la potencialización de las categorías menores en el fútbol jugado por mujeres es un proyecto que ha crecido a pasos agigantados, por el que muchos países ya han apostado, y que se refleja con los 187 goles anotados en los 52 compromisos disputados.
A nivel cultural la imagen también fue positiva. En zonas mixtas, atenciones a medios e incluso, por los pasillos de los estadios, jugadoras, periodistas, delegados y cuerpos técnicos, se mostraron felices por poder acercarse a la alegría y la amabilidad de los colombianos; la buena sazón de nuestras tierras y el sabor del café al amanecer, así como la buena música que nos representa.
Y es que, ¿cómo no gozarnos la fiesta orbital? Para los que lo entendieron a tiempo, fue una gran oportunidad de vivir lo bonito que deja el balompié de las chicas, y para los que no, seguramente no se quedarán con las ganas, pues esperemos que próximamente haya un nuevo momento para decir ¡Uno, dos, tres… juegue!