Radamel Falcao García entró al inicio del segundo tiempo del clásico entre Millonarios y Atlético Nacional luciendo el brazalete de capitán, en medio de un empate que debía convertirse en victoria para seguir soñando con la final. Un partido candente en el Estadio Nemesio Camacho El Campín que, por supuesto, tuvo todos los condimentos dignos de un clásico.
Fue inevitable pensar en su época vestido de colchonero, con la muñequera azul que hacía clara referencia al club de sus amores, la misma que de niño yo me ponía, mientras en mi etapa de fútbol formativo pedía el número 9, a pesar de jugar de defensor. A veces, la sustituía por una manilla y, lo cierto, es que nunca ocultó la razón del color, pero siempre pareció humo su eventual llegada al fútbol colombiano.
Claramente, no es el mismo Falcao, o es el mismo con el paso del tiempo que no perdona a nadie. Me cuesta saber si le pesan los récords que lleva sobre la espalda. No sé si se le debe exigir como al resto, o si se ganó el derecho a que se le pase por alto algún mal control por la alegría que dio a todo un país.
Apenas hizo tres goles en Millonarios y se convirtió en el máximo goleador colombiano de la historia, hasta parece que dio ventaja e igual logró la marca, mientras dice y demuestra que tiene las ganas de un juvenil que no es respaldado por el éxito que tuvo y lo intenta como un canterano en busca del puesto titular.
Verlo, trae los recuerdos de los goles en Barranquilla para soñar con el Mundial, que después se perdió por lesión; los goles al Chelsea que lo pusieron en las portadas de todo el planeta; el doblete a Paraguay con dos golazos con su marca persona; la liga con Mónaco; la pinturita en Champions League donde pone a comer tierra a Stones y engloba a Willy Caballero, cuando la máquina de Pep Guardiola no era una aplanadora; el repóker en liga española; las postales con Guarín y James en Porto levantando trofeos; la foto en el once ideal de la FIFA donde era el único que no pertenecía a los equipos de moda o cuando se sacó la espina en su gol que más grité, contra Polonia en una Copa del Mundo.
Creo que quiero exigirle como a uno más porque eso le da vida a su carrera, porque si aceptara en Falcao el paso de los años, de cierto modo apagaría la leyenda que es; la melena que me puso a ver las ligas más grandes de Europa para celebrar sus goles, los enganches y remates que me enseñaron a apreciar el talento en las canchas del país del Sagrado Corazón.