Culminó la octava edición de la Liga Femenina colombiana en la que Deportivo Cali se coronó campeón venciendo en la gran final a Independiente Santa Fe, dos equipos que reflejan de forma precisa lo que significa la construcción de un proceso; palabra que genera polémica en el mundo del fútbol y, más aún, cuando se refiere a la rama femenina.
Y es que este término toma mucha más relevancia cuando, año tras año, nos alegramos de la materialización de un nuevo torneo; cuando no sabemos si el campeonato iniciará en el primer semestre del año o si veremos a las campeonas en diciembre; cuando nos enorgullecemos de la normativa que exige la formación de un equipo femenino para poder participar en torneos Conmebol y, más aún, cuando nos enteramos de que más de 10 escuadras formarán parte de la competición.
Es por eso cuando el famoso “proceso” toma aún más relevancia, pues tras ocho años de liga profesional, el panorama aún no cambia y las condiciones son mínimas para el desarrollo del torneo. Y no es preciso hacer hincapié en lo que respecta a lo institucional y los organizadores, sino en cuanto al aporte de los clubes para su participación en la competencia.
La Liga BetPlay Femenina 2024 fue una de las que menos escuadras participantes tuvo, con presencia de 15 equipos. ¿Retroceso? No debería ser así cuando, por primera vez, el formato fue similar al de la liga masculina con la fase de cuadrangulares. ¿Qué sucedió entonces? El armar equipos para participar y no para competir es uno de los mayores pecados que se cometen en el profesionalismo del fútbol de las mujeres en Colombia y este año no fue la excepción.
Aunque también hay que destacar la labor de los que han logrado su permanencia como América de Cali, Atlético Nacional y Deportivo Independiente Medellín; y a los que este año armaron un proyecto para competir en instancias finales y lo lograron. El caso de Millonarios y de Llaneros.
Ahora bien, en la generalidad del campeonato es menester destacar el equilibrio que se presentó con la mezcla de jugadoras de experiencia, aquellas jóvenes que ya van sumando más participación en el certamen y quienes tuvieron la oportunidad de debutar en esta temporada. Esto último es lo más interesante y lo que más refleja lo característico de esta liga, pues se demuestra que el apostarle a forjar una cantera trae frutos positivos y que el nivel del balompié femenino en tierras cafeteras cada día crece más y que el respeto en la cancha va para todas las jugadoras.
Igualmente, se demostró que en el fútbol nada está escrito y que los menos favoritos también pueden ganar y llegar a instancias impensables; que la constancia y la perseverancia sí juegan un papel importante y que sí es válido creer en ese famoso proceso.
¿Y qué pasó con los seguidores? Cada día crece más la hinchada que acompaña al fútbol femenino, lo que se demostró en los juegos a puerta abierta y con los dobletes o encuentros de fin de semana. Sin embargo, los horarios poco amigables en algunas ocasiones hacen que la liga pierda atractivo al público; a un público que se debe cautivar y culturizar para que se enamoren cada día más del fútbol de ellas.
Ahora nos quedamos con las imágenes mentales de la gran final, las familias en las tribunas y el espectáculo de golazos que nos regalaron en 180 minutos que se disputaron un mes después de acabar la fase cuadrangular -algo que aún no se entiende-, pero quienes conocen la dinámica del fútbol profesional femenino colombiano, saben que nuevamente comienza la incertidumbre de tener más dudas que certezas en lo que será una nueva liga. ¡El círculo vicioso sigue su ciclo! ¿La liga? Esperemos que también.